lunes, 27 de enero de 2014

InSight Crime señala vínculos entre militares y narcotráfico

Las agendas criminales podrían representar un “punto ciego” crítico en los intentos por resolver los conflictos armados en Latinoamérica, capaces de sabotear las negociaciones y de arruinar todo el proceso de paz. Teniendo en cuenta estas agendas, en dos procesos de paz que actualmente se están desarrollando en Latinoamérica, podría haber ahora una diferencia entre una paz sostenible y una continua agitación.

Un documento reciente del Foro de Oslo, Strengthening mediation to deal with criminal agendas, pone de relieve cómo las agendas criminales son un creciente dolor de cabeza para los mediadores en los conflictos armados, lo que genera dudas sobre la efectividad de los protocolos probados en el tiempo.

La región está llena de ejemplos de cómo las agendas criminales pueden afectar los procesos de paz. Algunas, como la guerra civil de Guatemala, fueron guerras del pasado, pero produjeron un impacto que se sigue sintiendo hoy en día. Otras, como las negociaciones entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se encuentran en un momento crítico, en el que estas agendas podrían afectar al país, por mucho tiempo en el futuro, si no se tratan adecuadamente.

Los dos últimos años han arrojado también un ejemplo distinto en la tregua entre pandillas de El Salvador, uno de los ejemplos mundiales más significativos de procesos de paz en curso, enfocado exclusivamente en las agendas de criminales, sin rastro de una disputa política o ideológica tradicional. Esto es particularmente relevante en la era moderna, donde el aumento de la violencia se puede atribuir más a la actividad criminal que a la política.

La incautación de droga en el país disminuyó el año pasado según, las estadísticas de la Policía Nacional Civil.El caso de Guatemala

El artículo del Foro de Oslo pone a Guatemala como un ejemplo de los peligros que se pueden dar a largo plazo, al no tener en cuenta las agendas criminales en la mediación de los conflictos armados, destacando cómo los Acuerdos de Paz finales del país, de 1996, no pudieron hacer frente a las agendas forjadas durante los 36 años de guerra civil entre el régimen militar y los guerrilleros de izquierda. Durante ese periodo, se desarrollaron fuertes vínculos entre los militares y
las redes de tráfico de drogas y, tras la firma de los acuerdos, los traficantes ricos se convirtieron en financistas políticos clave. Al hacer esto, ellos pudieron subvertir las reformas policiales y judiciales, así como los intentos de ofrecer mejores servicios a las comunidades marginadas.

Basándose en el pasado más reciente, el informe también se centra en el conflicto de Colombia, donde el proceso de desarme, desmovilización y reintegración paramilitar (DDR), entre 2003 y 2006, también proporciona un ejemplo de un acuerdo de paz subvertido por las agendas criminales. Asimismo, el documento destaca cómo la relación entre el conflicto civil y la agenda criminal en Colombia sigue siendo un tema crítico en las negociaciones que están teniendo lugar actualmente.

Sobre el tema de los procesos de paz centrados exclusivamente en las agendas criminales, el informe analiza numerosas treguas de pandillas en Centroamérica. Aunque la más significativa es la actual tregua en El Salvador, el informe también menciona un proceso similar –aunque fallido– en Belice, así como la debatida tregua en Honduras, que ahora parece estar muerta.

Entre las principales recomendaciones para tales treguas, están la necesidad de seleccionar mediadores apropiados y el reto de lograr una reducción en todos los delitos, no solo en los delitos violentos.

Análisis de InSight Crime

Como ilustra el documento del Foro de Oslo, los efectos de la subversión de los acuerdos de paz se pueden ver claramente hoy en Guatemala y Colombia, mientras que los obstáculos para implementar los procesos de paz entre los actores criminales se evidencian por la situación en El Salvador.

En Guatemala, la conexión más obvia entre la guerra y las agendas criminales –las oscuras redes de las fuerzas de seguridad involucradas en el crimen organizado, conocidas como CIACS (Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad)– se ha desvanecido en gran medida, pero el país sigue sintiendo el impacto de estas conexiones. Las fuerzas de seguridad sufren de corrupción endémica y clanes de tráfico poderosos, como los Lorenzana y los Mendoza –con este último se ha acusado al actual presidente Otto Pérez de tener vínculos– dominan grandes extensiones del país, mientras que los carteles mexicanos también han echado raíces. El resultado es una gran impunidad y una de las tasas de homicidio más altas del mundo.En Colombia, decenas de paramilitares encarcelados esperan ser liberados este año, después de haber cumplido el término de ocho años dictado por el proceso de DDR, y muchos más siguen causando daño en el país, como parte de las Bacrim.


En El Salvador, el repunte del crimen no violento, como la extorsión, ha sido una fuente de fuertes críticas y uno de los factores que pesan en contra de la reducción de los delitos violentos. Con una asociación empresarial, reportando el año pasado, que el 70 por ciento de sus miembros estaban siendo extorsionados, la posibilidad de obtener apoyo de forma retrospectiva desde el sector empresarial –como recomienda el informe desde el principio– parece remota.

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